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Historias de vida sobre el papel de la psique en la vivencia del climaterio (Menopausia).



El climaterio ​ es un periodo de transición antes de la menopausia que se prolonga normalmente entre 4-5 años, ​ como consecuencia del agotamiento ovárico, asociado a una disminución en la producción de estrógenos​ y que pierde con los años la capacidad para producir hormonas, folículos y ovocitos. Lo cual no implica únicamente cambios fisiológicos, sino también cambios psíquicos en la mujer que transita por dicha etapa.


Therese Benedek trabajó el climaterio como una fase del desarrollo. Consideró que los cambios biológicos y psicológicos inherentes a esta etapa, a pesar de su carácter conflictivo, estimulan en la mujer procesos psicológicos capaces de llevarla, bajo condiciones favorables, a un mejor dominio de las dificultades de la vida. Benedek también planteó el lugar que tiene, en lo social, una mujer madura: no es lo mismo una sociedad que valoriza de manera primordial sus atractivos eróticos, que una que considera que el envejecer le ofrece a la mujer nuevas posibilidades basadas en una mayor experiencia y comprensión.


María Guadalupe Alva Real por su parte, nos presenta en su trabajo “representación simbólica de la menopausia, subjetividad y sexualidad” algunos testimonios obtenidos de la entrevista a diez mueres habitantes de la Ciudad de México sobre su historia de vida en la transición del climaterio. En el curso de su trabajo con base en la clínica psicoanalítica profundiza en el papel que juega la psique en la vivencia menopáusica con la ayuda de las distintas miradas de varias especialistas que retoman el trabajo de Freud y Lacan, y quienes sustentan sus posturas en torno al tema estudiado.


A continuación se presenta parte del trabajo de María Guadalupe Alva Real en la cual se incluyen los testimonios de las distintas mujeres, con algunas de sus citas y referencias teóricas que sirven para dar la explicación a cada punto.


Mónica:


Tengo 46 años de edad, dos años de no menstruar, dejé de reglar a los 44 años. Comencé a sentir sudoraciones, sentía mucho calor. La menstruación se interrumpe de repente, no fue de forma paulatina. No me he operado, ni ligado. Por mucho tiempo mi método de control fue con hormonas, por lo que siento que mi cuerpo ahora las tiene que eliminar, por eso no estoy tomando nada para la menopausia. Siento depresión, soy más susceptible a la depresión en determinadas situaciones. Siento una tristeza que no me gusta, me incomoda, me hace sentir mal. Con la menopausia siento que soy más sensible [Entrevista con Mónica, 46 años, abril del 2007].


La autora refiere que el caso de Mónica la menopausia llegó temprano, lo que se puede relacionar con el consumo de hormonas durante muchos años, como único método de control de la natalidad. Se sabe que la píldora anticonceptiva provoca un retraso en la menstruación, genera descontrol, irritabilidad y cefalea, entre otros síntomas.


Cita a Gueydan [apud Laznik 2005], quien ve en la menopausia una posibilidad de reorganización del material psíquico en función de una nueva meta, lo que permitiría a la mujer renunciar eventualmente al elemento maternal y a la madre, o más precisamente, a la figura materna.


La autora resalta la importancia del vínculo inicial entre la madre y la hija afirmando que para el psicoanálisis, la relación inicial de la hija con la madre es determinante en la constitución de la subjetividad: es la figura materna la primera instancia con la que la niña establecerá un vínculo para el resto de su vida. Soler considera que “la madre es el polo de las primeras emociones sensuales, la figura que cautiva la nostalgia esencial del hablante ser, el símbolo mismo del amor”; de ahí la trascendencia que tendrán los primeros contactos madre-hija.


“La madre siempre deja su marca con su palabra” [Soler 2008]. Al respecto, la autora retoma a Lacan, quien ha señalado que la mujer, en tanto que madre, hace hablar a la pequeña niña y por eso a ella toca transmitir. La lengua es para cada uno no sólo el idioma de su país, sino ante todo la lengua privada de la pareja originaria de la madre y de su pequeña “prematura”, la lengua de Eros del primer cuerpo a cuerpo, cuyas palabras dejan huella por medio del goce que encubren. “La madre es también mediadora de un discurso en el que no puede dejar de poner sus costumbres y es en este ámbito donde es posible diagnosticar el fortalecimiento de su dominio en la fragmentación de los lazos sociales contemporáneos” [Soler 2008].


En la medida en que las transmisiones intergeneracionales se reducen a las prescripciones implícitas de su único deseo (sobre todo, el deseo que ella quiere para su hija), la hija verá sus opciones subjetivas en relación con el deseo del Otro. La autora comenta que la variedad de figuras de la madre se despliega entre los dos extremos: va desde la madre demasiado madre que encierra a la niña(o), hasta la madre demasiado mujer ocupada en otras cosas, a veces tan Otro que allí uno no se puede reconocer [Soler 2008]. Varias de las mujeres entrevistadas muestran un rechazo hacia la madre como parte de la reactualización del complejo de Edipo, aunque de esto no se habla abiertamente.


Acorde con lo anterior, se tiene el testimonio de Mónica:


Me llevo mal con mi mamá, es algo que ni yo me puedo responder, son de las cosas que me gustaría saber. Hace tiempo se daba mucha familia, a lo mejor nos querían, pero lo dudo mucho, nos trataban como si no existiéramos: nunca un “te quiero”, no estaban al pendiente de nuestras necesidades. Entonces, yo con mi mamá tengo resentimiento por cómo nos trataron, crecimos con muchas carencias. Recuerdo que cuando yo me acercaba a mi mamá era como un mueble, cuando ella se acercaba era para pegarnos o regañarnos. Yo con mi mamá siento un resentimiento y a la vez me siento culpable [Entrevista con Mónica, abril del 2007].


Marie Langer [1999], comenta que en la etapa de la menopausia suele regresar el odio reprimido hacia la madre, aunque la mujer ya adulta no se atreve a manifestarlo abiertamente porque se siente culpable. Los primeros contactos con la madre son determinantes: la indiferencia o calidez que ella transmite a su hija, aunado al trato consecutivo que le proporcione, tendrá una repercusión en su desarrollo emocional y afectivo, que trascenderá a lo largo de su vida.


Soler [2008], apunta que la madre aparece como acusada la mayoría de las veces. ¿Qué no se dice de ella? Imperativa y posesiva; o lo contrario, indiferente, fría, mortífera; demasiado presente o demasiado alejada; demasiado atenta o demasiado distraída; atiborra o priva de comida; se preocupa o descuida por sus rechazos o por sus dones. La madre aparece para el sujeto, como la figura de las primeras angustias, el lugar de una amenaza oscura y de un insondable enigma a la vez.


Respecto a la construcción de la subjetividad, la autora señala que los seres humanos nos construimos con base en la figura del Otro, mismo que puede ser encarnado por los padres, la religión, la nación o la comunidad. Para Slavoj Žižek [2001], la definición de la subjetividad pasa en alguna medida por lo femenino y la histerización. Los seres humanos en general, nos dice este autor, somos fundamentalmente histéricos porque dependemos de nuestro anclaje al cuerpo; somos sujetos afectados por procesos pulsionales. La condición femenina, por remitir a un mayor anclaje al cuerpo, es aún más proclive a la histeria. Durante mucho tiempo se reprimió el lado femenino de los hombres; como ahora se muestra, de manera más frecuente, existe la tendencia a considerar que la subjetividad humana debería ser más femenina que masculina.


Con la menopausia se destruye el sentimiento esperanzador de la eterna juventud. Hay una ambivalencia en la mujer que arriba a los cuarenta años: no querer más, no es poder más. La pérdida de la capacidad de concebir suscita una gran angustia, pese a que se haya renunciado a tener más hijos. Las mujeres, con la menstruación, están más ancladas al cuerpo y cuando dejan de menstruar, en su diseño corporal se ha quedado la huella de la reproducción. La pérdida de la menstruación denota este anclaje a lo corporal; está muy presente en la vida femenina, por lo que es sumamente difícil renunciar a él después de haberlo experimentado, al menos la mitad de la vida. Lo anterior se ejemplifica con el testimonio de Mercedes:


En el climaterio me sentía fatal, y así me veía. Tres años antes de llegar a la menopausia tuve los bochornos, dolores de cabeza, irritabilidad, depresión. Me afligía que me fueran a durar mucho tiempo, me desesperaba. En una ocasión les dije a mis hijas “si me ven llorar, no piensen que me está pasando algo, [es] simplemente porque tengo ganas de llorar, no me hagan caso” [Entrevista con Mercedes, junio del 2007].


Entre los síntomas que hay en la transición a la menopausia y ya en ella, suelen estar presentes la tristeza y la depresión. Al respecto, es necesario distinguir entre ambas. Se considera que la tristeza es un sentimiento fundamental, igual que su contraparte, la alegría; si en la alegría nos sentimos plenos, en la tristeza algo nos falta. Las tristezas y las alegrías van y vienen, son esencialmente temporales, mientras que en la depresión toda alegría parece imposible.


La idea de que la subjetividad humana, en términos generales es más femenina que masculina, se relaciona con la problemática freudiana de la bisexualidad: todos somos bisexuales, el hombre y la mujer tienen esta dependencia de lo pulsional, por lo que los seres humanos tenemos características de ambos sexos. Sin embargo, la construcción de la identidad genérica tiende a asimilar a la subjetividad masculina con mayor independencia de lo corporal y mayor capacidad de sublimación. La psiquiatra y psicoanalista Emilce Dio Bleichmar [apud Levinton 2000] considera que los rasgos comunes en la configuración de la subjetividad femenina son los que derivan de limitar la agresividad. La expresión de agresividad es fuertemente censurada en las mujeres, porque atenta contra el modelo de lo que se espera que sea una niña. Esta inhibición se va constituyendo desde la infancia, se fija la idea, “si eres una niña mala no te vamos a querer más”. Comentarios de este tipo establecen una tendencia a rehuir, eludiendo las confrontaciones, acumulando motivos de irritación, de modo que la hostilidad reprimida puede ser causante de cuadros psicosomáticos.


La autora apuntala que en lo concerniente al goce de la mujer, Freud advirtió, respecto de la bisexualidad de las mujeres, que gozan de dos maneras. Por un lado, la fémina participa de la forma viril de gozar, con su clítoris, su vagina, su concentración erótica, su ilusión fálica, incluso en la identificación con el hombre. Por otro lado, su participación es femenina, se relaciona con lo oculto, lo indefinible, la fantasía de los orígenes, la regresión thalásica, la difusión del erotismo, la ilegalidad corporal. Alizade [2008], señala al respecto, que:


En la sensualidad femenina hay un reconocimiento de las zonas erógenas, se roza el terreno de la sensibilidad de cada mujer, sus caricias preferidas, movimientos y contextos ambientales, favorecedores para estimular su erotismo. En la experiencia regresiva del goce se recuperan vivencias de los primeros tiempos, se recrea el espacio del orgasmo primordial, se pone en juego un placer total que abarca al cuerpo entero.


Para Lacan [apud Alizade 2008] hay dos posiciones en el ser: masculina y femenina, lo que significa que los hombres no sólo estén asentados en la función masculina y las mujeres no solamente en la femenina; se trata de dos polaridades que no son fijas, de tal forma que en el hombre hay una especie de gradiente que va de un lado a otro, de lo masculino a lo femenino, e igual pasa con el sexo opuesto. La función psíquica de hombres y mujeres no es igual: son dos maneras de posicionarse de forma muy distinta sobre lo fálico, lo visible y lo invisible; del lado masculino hay una tendencia mayor a la objetivación, mientras que del lado femenino no es así. Al respecto, el testimonio de Sonia, cuenta sobre la dificultad de definirse:


Yo no sé bien definirme. A los once años quería cortarme el pelo y vestirme como hombre. También quería ser bombera, siempre me han gustado las actividades de los hombres, la electricidad, la plomería, me gusta arreglar las cosas de mi casa [Entrevista con Sonia, julio del 2007].


Laznik [2005] retoma a Lacan para asegurar que en la construcción del sujeto femenino es indispensable la identificación de las insignias del padre, constitutivas de su ideal del yo. “El sujeto lleva signos, elementos significantes del padre, por lo que la niña se convierte en el padre en cuanto ideal del yo”. Las insignias que el padre transfiere tienen una función simbólica. En la mayoría de las mujeres que participaron en la presente investigación se destacó la ausencia del padre, casi siempre debida a jornadas laborales extensas que lo mantenían fuera de casa, incluso los fines de semana. En cuanto a lo anterior, el testimonio de Mónica refiere lo siguiente:


A mi marido le gusta que lo estén halagando, que le digan “no, es que usted es muy trabajador”. Él, haz de cuenta que me imagino a mi papá, pero en otra versión, porque mi papá era candil de la calle y oscuridad de su casa. Saludaba a todos, me acuerdo que una vez un tío nos llevó unos relojes y nos los quería regalar, pero mi papá no se lo permitió, dijo “es que a mis hijos no les hace falta, lo tienen todo”, pues si mi tío estaba viendo que ni zapatos teníamos [Entrevista con Mónica, abril del 2007].


Una de las situaciones que con frecuencia se dice, es que con la menopausia el deseo sexual disminuye. Desde el inicio de esta investigación, las mujeres entrevistadas lo refirieron, comentando además que tal hecho les ha causado conflictos con sus parejas; por consiguiente, se tiene el testimonio de Lourdes:


Algo que he notado es que mi deseo sexual ha disminuido. Mi pareja me comenta que por qué ya no lo sorprendo como antes, a la hora de dormir: empezábamos jugando y terminábamos teniendo relaciones sexuales. Ahora me siento tan cansada, que ya no tengo ganas [Entrevista con Lourdes, diciembre del 2009].


Entre los grandes aportes de Freud está el haber considerado que la sexualidad es el centro de la vida de los seres humanos, aunque hay una gran variación individual en lo que respecta a la dosis de libido y los requerimientos sexuales. Freud [1908], constató que una de las injusticias sociales más evidentes es que el estándar cultural exija a todas las personas la misma conducta sexual, ya que no siempre se puede responder de igual forma y se llegan a imponer los más graves sacrificios psíquicos, al pretender que todos tengan la misma respuesta.


Al respecto, Célida Godina [2003] señala que, […] la sexualidad humana es intencional y no el producto de un ciclo biológico autónomo como se ha hecho creer. La sexualidad se configura a través de una particular intencionalidad a partir de conductas propias, en los humanos, constituye una primera apertura al prójimo y a la vida interhumana, es la actitud del sujeto en su totalidad; se dice que es dramática, pues en ella se empeña toda nuestra vida personal. La sexualidad es un rasgo de la intencionalidad corpórea, hay un sentido sexual y afectivo del mundo percibido, es como estar inmersos en un ambiente erótico favorable que se retroalimenta constantemente y de manera muy sutil, de forma consciente pero también de manera inconsciente.


La sexualidad es una manifestación compleja que tiene componentes tanto de orden biológico como psíquico y sociocultural. Por un lado, está presente un sustrato biológico: las hormonas, componentes orgánicos que rigen el ciclo de la reproducción y están presentes en la menstruación. Sin embargo, no es el único responsable de generar el deseo sexual: el deseo psíquico, a nivel inconsciente, genera también esta respuesta y no depende necesariamente de la presencia de hormonas. A ello hay que añadir también el contexto social, en el que la forma cómo las ven los Otros es una pauta para la manifestación del deseo [Alva 2013].


Alizade [2008], considera que de algún modo la feminidad está en relación con el orgasmo: “Cada mujer va con su cuerpo hasta donde puede”. La misma autora afirma que:


En la sensualidad femenina la erogenización primaria se establece con el primer intercambio entre la madre y la recién nacida, que se destaca por el doble encuentro con el cuerpo y con las producciones de la psique materna. En esta díada, que se funda en la relación materno-filial, llega a estar presente la violencia primaria, ejercida por la madre deseante, que se impone sobre el incipiente yo corporal de la recién nacida. Este deseo de madre sobre el cuerpo de la infante es la primera penetración que recibe la niña en su devenir propiamente humano, como ser hablante.

Para la autora citada, la erogenización se extiende más allá de las zonas erógenas a través de las caricias, las miradas y el baño de palabras que inunda a la recién nacida, de tal modo que tiene lugar un orgasmo primordial: el orgasmo oral de acuerdo con la fuente de la pulsión o un orgasmo del cuerpo entero si nos atenemos a la difusión del erotismo a todo el cuerpo de la bebé. Así, el cuerpo de la niña ocupa el lugar de forma preferida, en tanto constituye el cuerpo primario sobre el cual se plasman las primeras vivencias fundamentales.


Además, Alizade [2008] considera al “orgasmo primordial como el predecesor de las culminaciones erógenas que tendrán lugar más tarde en el transcurso de la vida erótica del sujeto y destaca su condición expansiva sobre la superficie corporal antes del establecimiento de la diferencia sexual y de toda noción de conflicto”. “La gozosa relación boca-pecho que despierta los primeros cosquilleos erógenos durante la succión, hace patente el engrama incestuoso, endogamizante, que pulsará posteriormente detrás de toda vinculación erótica”.


Estos primeros engramas están instalados en la dimensión del antes de la palabra y la repetición de estas vivencias placenteras que deja asentada la base sobre la cual en sucesivos aprendizajes psico-corporales se van inscribiendo nuevas huellas mnémicas de percepciones erógenas “princeps” (oral, anal, fálica). El desconocimiento de la multiplicidad erógena femenina ha llevado a consideraciones apresuradas sobre la frigidez en muchas mujeres [Alizade 2008]. Aunque el psicoanálisis ha mostrado que el orgasmo no colma la falta (pues los sujetos siempre están en falta y el deseo no se extingue jamás), la especificidad del orgasmo femenino es algo que se debe tener en cuenta. En una sociedad falocéntrica como la nuestra, las mujeres se ven condicionadas por un discurso que pretende persuadirlas de que deberán disminuir su deseo sexual una vez que llegan a la menopausia; de imaginaria, la fuerza de la representación de la mujer en esta etapa de la vida, se transformará en algo real. En este sentido va el testimonio de Rocío:


Cuando entré en la menopausia no quería que mi marido se diera cuenta porque el apetito sexual disminuye. Es algo que empecé a notar, tengo resequedad desde que dejé de menstruar, me molesta tener sexo, es doloroso por la falta de lubricación, además de que se van las ganas y cuesta más trabajo llegar al orgasmo [Entrevista con Rocío, junio de 2007].


Debido al cese de la menstruación, se reavivan los temores ocultos desde la infancia; la herida narcisista, abierta en la supuesta castración vergonzante de un cuerpo “deforme” o mutilado, da paso al reencuentro con los efectos inconscientes. El estereotipo de la mujer asexuada es algo vigente en la sociedad, pues el goce de las mujeres es mal visto, salvo en el contexto de la reproducción, donde igualmente puede o no estar presente. El proceso de cambio acarrea diversos duelos ante la pérdida de la “falicidad” del cuerpo; tales duelos son necesarios para poder afrontar el cambio y acceder a un goce femenino. La buena noticia es que el deseo sexual regresa una vez que se ha asimilado esta etapa y se han realizado los duelos necesarios para afrontar el cambio ante la pérdida de las promesas. Enseguida, el testimonio de Mercedes quien considera que:


Las relaciones sexuales son placenteras, pero ya no tan frecuentes, son más esporádicas. Pero el deseo sexual lo tengo, no lo he perdido. Ando con un compañero de mi trabajo, somos pareja desde hace un año y medio (ella es viuda y desde hace dos años dejó de menstruar) [Entrevista con Mercedes, junio 2007].


Si la mujer se resiste al cambio le costará más trabajo sobrellevar la situación y la sintomatología se puede prolongar, llegando incluso a causar trastornos de la salud. Al contrario de lo que se cree o se ha hecho pensar, una vez superado el duelo las mujeres pueden estar en condiciones de alcanzar el orgasmo, inclusive con mayor intensidad, porque ya no estará presente el temor de quedar embarazadas. Las mujeres deben ganar una verdadera batalla contra las resistencias de su yo que les impiden gozar de lo que su compañero puede ofrecer; la conquista del goce propiamente femenino exige recorrer un largo camino.


En la menopausia, Laznik [2005] señala, que hay una desaparición gradual de la feminidad a partir de la pérdida de dos promesas que se hicieron a la mujer durante su entrada en el Edipo y que le permitieron asumirse como tal: un hijo como sustitución del falo y cierta forma de “falicidad” de todo su cuerpo. Es por esta razón que resulta preciso cumplir un doble duelo: el de la renuncia a la “falicidad” de lo materno y el de la belleza perdida.


Dichos duelos son posibles con base en el anudamiento de tres registros consignados por Lacan: en el registro imaginario, los fantasmas actúan a la manera del sueño, revistiendo imágenes o sensibilizando el cuerpo para recibir los efluvios orgásmicos. En el nivel simbólico se expresa en la elección de un objeto sexual por donde hay un reconocimiento de la castración en ese hombre necesario para hacer el amor. En lo real asoma a su vez, en ese imposible ir más allá de los límites del cuerpo, el goce máximo alcanzado por donde se perfila lo no simbolizado [Alizade 2008].


Conclusiones de la autora:


Los cambios biopsicosociales que experimentan las mujeres en esta etapa de la vida, revivirán en su inconsciente las experiencias y los conflictos psicológicos vividos por ellas influyendo en su historia de vida y en el contexto social en donde se desenvuelven, de éstos dependerá la severidad del malestar y los síntomas. Como se pudo constatar, varias de las participantes manifestaron una afectación considerable de síntomas. El reconocimiento adecuado de tales efectos, hará posible aceptar los duelos ante las pérdidas, renunciar a una imagen impuesta y con ello, superar esos fantasmas que impidan encontrar mejores condiciones de vida.


Trabajo original completo:


Alva Real, María Guadalupe (2019). Representación simbólica de la menopausia, subjetividad y sexualidad. Cuicuilco. Revista de Ciencias Antropológicas, 26(76),85-105.[fecha de Consulta 29 de Noviembre de 2020]. ISSN: 2448-9018. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=5295/529562815005


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