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María, la dificultad de crecer: una viñeta clínica sobre el trabajo con adolescentes.

El presente caso, es una viñeta clínica extraída del trabajo de Silvia Flechner (2007) “Simbolización en la adolescencia: la dificultad de devenir adulto”:


María, la dificultad de crecer: una viñeta clínica.



Cursando el último año de liceo (nivel medio) sin saber qué haría después llegó María al tratamiento de Silvia Flechner. Le impresionaba la blancura de su piel, su pelo largo pero cortado sobre su frente con un cerquillo infantil. También le llamaba la atención su delgadez y su vestimenta aniñada, poco adecuada para su edad, donde se le destacaban sus zapatos prendidos con una hebilla evocándole sus tiempos infantiles pasados.


Su voz suave y pausada, su mirada huidiza le llevaba a pensar que se encontraba frente a una adolescente extremadamente tímida. Sin duda lo era, no la miraba a los ojos, sino más bien hacia abajo y era difícil escucharle decir dos frases seguidas, con un tono que por momentos se le hacía imperceptible. Sin embargo aceptó seguir acudiendo.


P. Estoy en sexto de arquitectura, no sé qué quiero hacer después, no tengo problemas en el rendimiento, siempre me fue bien, pero me va mal en todo lo demás. Me aíslo, no tengo amigos varones, salgo siempre con mis amigas del colegio… cuando salgo que es muy poco. Cuando me cambié a este colegio estaba aterrada pensando con quién iba a estar en los recreos. Decidí que mejor me quedaba sola y siempre me llevo un libro para leer.


A. ¿Por qué te va mal en todo lo demás, es que pasas mucho dentro de casa?


P. ¿Lo dices por lo blanca que soy? no me gusta tomar sol, me gusta que me vean diferente a las demás. Pero sí, paso mucho dentro de casa, pensé que al sacar la licencia de conducir iba a salir más. Solo lo hice la primera semana y después me aburrí. Paso la vida aburrida, tirada en la cama, soñando con mi otra casa, cuando era una nena y no tenía todos los problemas que tengo ahora.


A. Sueñas con tu otra casa, ¿Qué recuerdas de tus sueños?


P. No me acuerdo de nada, no tengo memoria para eso, solo me acuerdo de lo que veo en un sueño que soñé muchas veces.


A. ¿Qué ves en ese sueño?


P. Me veo a mí sentada en una sillita que usaba cuando era una nena, esto es todo lo que veo.


A. ¿Te recuerda algo? ¿Recuerdas esa sillita? ¿El lugar donde estaba o tal vez con quién jugabas?


P. No, no me acuerdo de nada, no tengo recuerdos, cuando te digo que sueño solo se me viene una imagen y se me queda ahí y nada más.


Escuchar el breve relato de María, su mínima descripción, le generaba a la analista una serie de imágenes y asociaciones que no le mencionó. Refiere que era demasiado apresurado intervenir y hablarle a una joven tan asustada, que parecía haber quedado congelada en el tiempo, tan blanca como blanca nieves, y a su vez como una muñeca de trapo o de cera, sentada en una sillita inmóvil, esperando que alguien la mueva, la sacuda, la toque con la varita mágica para darle vida, volverla persona y también mujer.


Poco a poco, a través de las sesiones, fue notando que María le tenía miedo a todo. Salir, entrar, separarse, alejarse, reunirse, ir al liceo o volver. Tomar sol, hablar con chicos o chicas desconocidos, mostrar su cuerpo, ir a bailar. Sin embargo, habían comenzado aproximadamente en setiembre con las entrevistas y uno de sus primeros anuncios fue que se iría de viaje con una amiga en ómnibus a pequeños pueblos recorriendo varios países de América Latina. El viaje se iniciaría ni bien completaran los exámenes de 6º año para poder dejar asegurada la entrada a facultad pero no tenía fecha de regreso:


P. Hasta que alcance el dinero, hasta que tengamos ganas o hasta que pase algo que nos haga volver. María se encargó de fijar la fecha de regreso haciendo que pasara algo que la hiciera volver.


A pesar de ser una excelente alumna perdió su último examen de bachillerato, justo con la materia que más segura se sentía. Fue la primera vez que la analista la vio llorar de manera desconsolada. La segunda fue cuando decidió que iba a estudiar escenografía y sus padres no la autorizaron. Sus llantos eran los de una niña desesperada que no lograba encontrar soluciones por sí sola a sus problemas. Parecían insolubles y la analista se preguntaba cómo era posible que esta “niña” hiciera semejante viaje por territorios desconocidos sola con una amiga.


Al entrevistarse con sus padres, éstos parecían muy seguros de que María podría realizar dicho viaje sin inconvenientes. Les pidió que le hablaran de ella, no encontró elementos que pudieran conducirla a clarificar sus ideas, salvo el hecho de que sus padres consideraron siempre que la trastornada era su hermana adolescente, dos años menor. Su analista no la veía preparada para este viaje, sin embargo era ya un hecho consumado, a lo cual se remito a decirles que si notaban algún problema que trataran de hacerla volver y si le necesitaban la podían llamar.


Lo hizo la propia María, llorando desconsoladamente por teléfono pero luego de transcurrido el viaje y de haber salvado la materia que le faltaba para entrar en facultad. Con poca diferencia de tiempo recibió la llamada de María, de su madre y de su padre para que por favor la viera ese mismo día.


P. No puedo parar de llorar, di el examen y se me vino el mundo abajo, yo trataba de explicarles a mamá y papá que estoy muy mal, ellos estaban de vacaciones y yo acá en Montevideo, finalmente le dije a mamá que me estaba por suicidar, llegaron en una hora, fue la única forma de hacerlos volver rápido y que se dieran cuenta lo mal que me sentía. Pero cuando llegaron me di cuenta que no me podían ayudar en nada, no sé qué estoy buscando, no sé qué hacer, no quiero vivir más así y tengo un nudo acá en la garganta que no se me va con nada.


A. Parece ser un momento muy difícil, crecer, separase, alejarse, tomar decisiones, genera mucha angustia, muchos sentimientos encontrados que están empezando a salir. O sea que estás dejando de ser la niñita del sueño que se te repite, sentada en la silla quieta, ahora pareces muy inquieta y muchos sentimientos juntos están saliendo de adentro tuyo.


P. (llorando) Tengo miedo. No puedo seguir creciendo, no puedo entrar en facultad, ni siquiera sé lo que quiero estudiar. No puedo irme ni quedarme, cuando me acuerdo del viaje pienso que estuve loca, solo así me fui, ahora que estoy acá no tengo otro lugar que la cama que es donde me siento segura, pero no me puedo dormir.


A. La cama parece que tampoco es más un refugio, ¿no será que ya no puedes seguir quedándote inmóvil? Pero a la vez ir, volver, salir, crecer, parece en este momento ser una tarea muy difícil.


Una nueva entrevista con sus padres le permitió saber que la hermana de María, está en tratamiento desde hace ya varios años por crisis violentas y episodios depresivos. Al seguir investigando la madre relata que ella también fue una persona muy tímida, siempre metida dentro de la casa con sus padres. A pesar de ser muy bonita y haber tenido éxito con los chicos, nunca se animó a salir con nadie y terminó casándose con el hombre que le dio seguridad, el papá de María que era el mejor amigo de su hermano y frecuentaba la casa de ella en forma permanente. Reconoce que probablemente haya estado deprimida en su adolescencia, pero el hecho de haberse casado e irse de su casa la “ayudó a salir de su problema”. Sin embargo, la situación se repite en forma clara dentro de su propia casa, ahora con sus dos hijas. Salen poco, tienen pocos amigos, una rutina extensa de trabajo y una vida que ellos definen como apacible hasta el inicio de la crisis de la hija menor y ahora de María.


El análisis para María fue muy doloroso, especialmente en los primeros años de tratamiento. Parecía estar en un laberinto del cual no podía salir. Sin embargo de a poco iba logrando darle palabras a sus imágenes en los sueños, mostrando también atisbos de cierta independencia.

Al año de tratamiento se repitió el sueño de la sillita con otras características:


P. Soñé de vuelta que estábamos en el apartamento de antes de mudarnos, era más chico y más feo que el que estamos ahora, yo estaba sentada en la sillita que teníamos con mi hermana para jugar, mamá me decía: “María apúrate que nos vamos, nos tenemos que ir al otro apartamento”. Lo repetía muchas veces, pero yo no me movía de la silla, ellos entonces se despedían de mí, se iban todos y me dejaban en casa sola. Yo me quedaba contenta de que no me tenía que ir de mi casa.


A. Nuevamente la sillita…. Pero ahora no estás sola. Mamá te habla en el sueño, trata de sacarte del lugar donde estabas sola e inmóvil.


P. Sí, mamá trata no solo en sueños, también en la vida real, yo también trato y tú también tratas. ¿No puedes atarme una cuerda y dar un tirón fuerte? De a ratos siento que me hundo en un pantano, de repente si das un tirón…


A. La cuerda la fuimos armando entre nosotras dos, yo a veces tiro de la cuerda y tú me avisas que tengo que ir más despacio entonces tiras tú para el otro lado y de a ratos tiramos las dos para el mismo lado y vas saliendo. De todas formas ahora sabes y puedes ponerle palabras a la situación en la que estabas, por ahora podemos decir que estabas empantanada y que ves que alguien tira de la cuerda para sacarte, a pesar de que por momentos quieras que me empantane yo también.


Flechner, la analista, nos describe que el sufrimiento de María es un ejemplo que subraya la importancia del eje transferencia-contratransferencia, poniendo de manifiesto así, las posibilidades de simbolización en el análisis de adolescentes. Interpretar la conflictiva adolescente que muestra de manera desgarradora los conflictos de amor y de odio puede resultar a veces difícil, al ligarse nuestras propias resistencias contra-transferenciales para aceptar las proyecciones hostiles del analizando y su destructividad hacia nosotros, analistas, representantes responsables de despertar el dolor psíquico. Será el analista con cada paciente quien encontrará la forma - a través de la contra-transferencia - de establecer un nuevo nexo que le permita al paciente, transitar con menos sufrimiento el camino del análisis que decidió emprender, aun cuando ello implique por momentos y para ambos “empantanarse”.


Es así que su forma de mostrar su cuerpo, su expresión a través de la palabra a lo largo del tiempo de análisis, van esbozando una forma propia de delimitarse que es aquella que María puede expresar: en un inicio tratando de inmovilizar su psiquismo al ver en su sueño una imagen y hacérsele imposible ligarla o asociarla, mientras que posteriormente, en otro momento, un sueño similar empieza a expresar cierta movilidad. Logrando a su vez crear representaciones nuevas, como la del pantano, que a pesar de su dramatismo implican en sí, una posibilidad de movimiento, quizás un atisbo de salida.


La relación analítica, apoyada en el eje transferencia-contratransferencia, permitirá al analista captar en su paciente las angustias ligadas a las experiencias emocionales a veces, muy tempranas y relanzarlas en aras de una transformación. Dicha transformación incluye a su vez la capacidad de simbolización que irá dando forma a las representaciones por venir.


B. de León (2006) dirá que en los procesos interpretativos, la simbolización incluye dos movimientos como las dos caras de una moneda: ausencia y presencia, ruptura y creación. La palabra en la interpretación busca transformar vivencias y sentidos propios del mundo subjetivo del paciente, sustituyéndolos, al modo de la actividad metafórica y reubicándolas en un nuevo contexto. Esto abre el espacio de producción creativa de nuevas vivencias y significados en el paciente los cuales implican nuevas experiencias y simbolizaciones de la ausencia- presencia del otro y de los objetos.


Para concluir...


Jeanne Lampl-de Groot retoma las dificultades con la construcción de la adolescencia durante los tratamientos analíticos. Refiere que la dificultad para revivir los procesos de la adolescencia no depende tanto de la intensidad con la que en ella se despliegan los sentimientos y pulsiones, sino más bien de factores ligados al desarrollo del Yo y del Superyó. El Yo del adolescente, aunque parece más fuerte por haber acumulado adquisiciones, se encuentra debilitado en comparación con el Yo infantil. El desprendimiento de los vínculos con los padres hace que ya no pueda contar con el Yo-auxiliar que representaban estos, además de que no lo ponen en un estado de duelo.


De manera semejante sucede con el Superyó. El distanciamiento de los padres obliga al adolescente a no contar sino con su propio Superyó y este, ahora más internalizado, lo hace mucho más responsable de su comportamiento que cuando era niño. Por esta razón, muchos pacientes utilizan el material infantil para defenderse de las vivencias adolescentes, en lugar de enfrentar la vergüenza, la culpa o el sufrimiento narcisista que corresponden a la adolescencia. Pero la renuencia que esto suscita en el paciente no es la única razón de la constitución de las dificultades del tratamiento, a ellas contribuye también la propia reacción del analista ante las manifestaciones del adolescente, mucho más irritantes, dolorosas e insoportables que las de los niños.


Finalmente, podemos concluir, que el presente caso nos muestra las dificultades que se atraviesan dentro de la etapa de la adolescencia, involucrando principalmente factores como la subjetivación, la identidad y el proceso de simbolización. Se observa la forma en la que la paciente María vive de forma desgarradora los conflictos de amor y de odio a través de proyecciones hostiles y su destructividad hacia la analista, y como esta hace uso de la transferencia-contratransferencia para “empantanarse” junto a María, haciendo menos doloroso el proceso por el que atraviesa.

Trabajo original:


Flechner, S. (2007) Simbolización en la adolescencia: la dificultad de devenir adulto. Revista Uruguaya de Psicoanálisis; 104: 201 – 219. Recuperado de: https://www.apuruguay.org/apurevista/2000/16887247200710411.pdf

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