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Un caso de melancolía desde Sándor Radó





Como podemos leer en su biografía, Sándor Radó partiendo de las teorías de Freud, evolucionó hacía una crítica constructiva de los conceptos y técnicas de psicodinámica y tratamientos tradicionales.


Miguel Ferrández Payo en su trabajo “Sandor Radó. Aportaciones a la psicodinámica de la melancolía”, realiza a través de la exposición del pensamiento de Sándor Radó, anclado a la literalidad y estructurado conforme al modelo médico, la extracción de sus aportaciones originales a la comprensión psicodinámica de la melancolía con referencia a las que constituyen el corpus básico psicoanalítico, las de Karl Abraham y Sigmund Freud.


Describe además un caso clínico de depresión unipolar melancólica en el que se plasman las peculiaridades psicodinámicas del paciente predispuesto a sufrir de melancolía y no de cualquier otro tipo de depresión, además de su reacción ante el impacto afectivo que le destroza y su forma de vivenciarlo.


A continuación se muestra el caso clínico anteriormente mencionado, narrado por el propio autor, en donde a través de las frases literales en cursiva de la paciente va señalando los conceptos teóricos psicoanalíticos expuestos en relación a Radó y a los pioneros en el psicoanálisis de la depresión:


Mujer soltera de 25 años de edad, la segunda de cuatro hermanos, con padre profesional liberal. Le faltaba una asignatura para acabar la carrera. Su abuela materna, con depresión melancólica unipolar de larga evolución, había sido tratada anteriormente por mí con desconocimiento por parte de la paciente que negaba la causalidad psíquica en favor de la neurológica debido a un temblor psicotrópico residual, que le era más admisible. Posteriormente lo sería un tío materno con el mismo trastorno pero de aparición tardía en la cincuentena y mal pronóstico por el mismo tipo de negación, un temblor tensional que reconducía a consultas con neurólogos que me explicaban como trataban de encaminarlo en vano.


Traté a la paciente durante tres años mediante psicoterapia reglada de orientación psicodinámica combinada con tratamiento psicofarmacólogico, fundamentalmente a base de clomipramina (que en los últimos meses se permutó por paroxetina) y trifluoperacina (durante los dos primeros años).


Refirió estar depresiva desde hacía 3-4 años y haber empeorado a su regreso a la ciudad de origen tras haber estudiado su carrera fuera «el venir a casa ha sido como explotar». Se sentía «antes mejor con mi padre, ahora no», es «como si me autocastigase» con la necesidad de «deprimirme los momentos felices». Vivía en soledad «aunque no lo esté» y con malhumor «daría patadas». Había fracasado «en todos los aspectos».


Tenía una hermana mayor y una hermana y un hermano menores. De temperamento «movidísima», su apodo familiar aludía a un huracán. De su infancia decía no guardar «ningún trauma ni mala experiencia» pero haber sido «muy tímida». Lloraba al contar que achacaba su sentimiento de inferioridad a que suspendía mucho y la enrolaron en una clase especial de lectura. Cualquier pelea la conectaba con «lo que he hecho al otro», eso «¿es sentirse inferior, no?», pues «desde siempre». Estaba convencida de que su trastorno era innato, «soy depresiva por naturaleza», en línea con los defectos congénitos que Abraham señaló que el depresivo siente. ¿A lo mejor no me quiero lo suficiente? por ser «inferior y diferente» que hace que las cosas «me afectan demasiado». Ya «a los 10 años tenía neurosis», la necesidad compulsiva de «encender la luz y lavarme las manos treinta veces al día, el beber agua también», rasgos compulsivos caracteriales de base que también Abraham puso en valor. «A los 15 años cambié y me hice relaciones públicas».


¿Sus padres? «No son intolerantes» y «cómo te educan, tú eres» habían modulado su vida, la «que me han hecho» pero no veía que ella había buscado adaptarse a ellos. La misma carrera la escogió «para no decepcionarles». En un rango inferior era la del padre, la persona dominante familiar requerida por el melancólico que tan bien describió Arieti, con la intención de acercarse a él y ser valorada «él, día a día nos ha hecho así, todos somos así, muy exigentes, y falta de cariño de mi padre (llora) porque es muy frío». Yo «soy muy emocional y él muy frío y no entiende las cosas de los sentimientos». Está «siempre de malhumor, me lo ha contagiado un poco, es muy seco, no sonríe». Ella, que lo admiraba, lo tomó como modelo. Yo «puedo parecer dura pero quizá lo haga para ocultar mi sensibilidad, ¿sabes?». De su madre señalaba que pasó una temporada mala, «que padecimos todos», atribuible a la menopausia.


Marchó a estudiar fuera y se enamoró de un chico con novia «le he idolatrado y no sé por qué». La idealización kleiniana de un objeto de amor, tras la cual se ocultaba la hostilidad que le traspasaba procedente de la que portaba hacia la figura masculina. Él, agobiado, la rechazó «me dejó con mucha dureza, me insultó». Aún «recuerdo el daño que me hizo y lo peor es que creía que me lo merecía» pero «hice ver que no me importaba». Había aparecido ya un cierto reconocimiento de no merecerlo. Fue «la gota» que colmó el vaso de una historia sentimental de fracasos amorosos. Él seguía ennoviado y «yo no quería ser un segundo plato». No buscó la victoria iniciando de entrada una competición con una rival sino la derrota y el rechazo. Aseguraba «sigo sintiéndome culpable, como si lo hubiera buscado yo, como si me lo mereciera» lo cual se debía a haberlo inducido inconscientemente.


Al 2.o año dejó de comer, «no me sentía digna de alimentarme» y «por temor a destruir, me autocastigaba», recordamos a Abraham. Se trata de la venganza contra el objeto interno. Era «porque pensaba que no me merecía ser feliz». Y, reconociendo la ideación persecutoria de entonces, «llegué a pensar que estaba todo el mundo en contra mía». Se veía abocada a lanzar la agresividad hacia sí misma: «planeé suicidarme el día de mi cumpleaños pero no lo hice, fue porque él me dejó ese día». Posteriormente, pensó en hacerlo con ocasión de sus 25 años. Se produjo la expulsión rechazante del objeto externo, la pérdida pasiva de objeto freudiana, el abandono activo abrahamiano. Comenzó a combatir la depresión mediante diferentes tóxicos, recurso cuya importancia fue Radó el primero en señalar y Klein en atribuir su carácter maniforme; «los porros fueron al 2.o año», constituyeron «la compañía principal» y «no los he podido dejar».


Al 3.er año «me volví mala persona porque era mucha mierda dentro de mí». Acumulación de agresividad autorrepresentada en forma de heces debido a la regresión. Se sentía mala por dentro por percibir en sí misma agresividad hacia objetos internos correspondientes a imágenes introyectadas de figuras paternas.


Al 4.o año de carrera comencé a «levantarme de malhumor» y «empecé a beber porque me entraban ganas de llorar en clase» y «después para dormirme». Lo racionalizaba «pensaba que me merecía estar sola». No, «ahora no» entonces «era de diario, por las mañanas iba a clase piripi. No lo exteriorizaba para autocastigarme, no quería dar pena a los demás y porque pienso que me lo merezco». ¿Por qué? «Porque he nacido siendo una estrellada». El parto vivenciado como una expulsión agresiva materna. «Por eso tampoco hacía nada por intentar no estrellarme». La dejación ante un superyó cruel contra el que se sentía impotente. «Entonces me culpé de haberme quedado sola». No había forma de escapar de la culpa, era persecutoria (Grinberg). «Creé mi burbuja de dolor sin que nadie se enterara, pensando que me lo merecía». La necesidad de autocastigo por sentirse mala al descubrirse odiando la traspasó a ingestiones autoagresivas de alcohol atacando al objeto interno. «Me vine antes de darle al caballo (heroína) porque quería morirme». El suicidio para matar al objeto interno, como decía Radó. ¿Alcohol? «Al venir mis padres me culpaban y quería tirarme por una ventana ¡claro!». Se defendía pasando de estrellarse de una forma pasiva a una forma activa. Ahora «ya no pienso en el suicidio, que es lo primero que deseaba, me metía en la cama y pensaba en cómo me iba a morir».


Con respecto a su estancia en la otra ciudad «mis padres siempre me preguntaban por comer, dormir y cagar, lo fundamental para que todo vaya bien». Reflejaba la carencia de empatía con la que había vivido y la tendencia oral familiar imperante. «Ojalá no pasen por esto nunca». Con su rumiación se castigaba por el deseo de que les sucediera bien por una percepción inconsciente de haberse sentido rechazada en el pasado por ellos primaria o secundariamente. Al perdonarles se sentía menos mala al mostrarse a sí misma el amor que en verdad sentía hacia ellos a la par que se sentiría al fin comprendida en un sufrimiento tan profundo. Y proseguía, «siempre me tengo que controlar, daría patadas». La inhibición de su violencia agresiva ante la frustración afectiva.


Inhibición de su yo. De aquel entonces refería «me siento muerta», «el alma la tengo muerta», dudando acerca de su propia existencia porque bloqueaba sus sentimientos para que no le traspasasen y así mantenía a raya su posible culpa. Una vivencia de fracaso personal, «siento que he fracasado en todos los aspectos», en su independencia con respecto a su objeto interno pero también en la obtención de sus favores. «Me sigo culpando de todo, de no haber buscado otro remedio, solo rebozarme en mi mierda». El sadismo anal y la culpa resultante.


En una entrevista familiar junto a la madre y la hermana, que planifiqué para advertirles del elevado riesgo de conducta suicida, la madre señalaba «ve el mundo en su contra». En una entrevista con el padre daba la impresión de padecer también de alguna alteración del humor con descontento hacia sí mismo que sobrellevara con fortaleza yóica y que ella vivenciaba como enfado hacia ella por no lograr contentarlo. Mostraba falta de empatía, «es muy exagerada», una tendencia culpabilizadora «ha hecho muchas cosas mal» y otra negadora «creo que si termina la carrera, no hay problema». Si es así, él la ayudará y absolverá. Su personalidad y afectividad quedó patente al relatar cuando ella le comunicó su finalización «me dijo, y lloré, ¡qué alegría te he dado a ti!». Se mostraba agradecido por su entrega hacia él en orden a la satisfacción de sus propias aspiraciones en relación a ella sin que concienciara.


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